(Columna publicada: 23 de diciembre, 2017) – Su desamparo no es insólito. También lo padecen otros. Todos abandonados a su suerte: niños, adolescentes, jóvenes, hombres, mujeres, ancianos. A sus quince años Cara Pressman tiene muchas menos ilusiones de las que habría de esperarse a su edad. El escenario de sus sueños no es un mundo idílico. Más allá de la familia, el universo para ella es un sitio oscuro e indescifrablemente despiadado. Desde los nueve años Cara sufre de convulsiones. De súbito el cuerpo se le enfría y estremece como si llegase el fin. Durante uno o dos minutos la vida se le borra, todo se desvanece. La mente escapa, los colores se apagan. Todo ocurre de manera imprevisible. Los espasmos se desencadenan en el momento más insospechado. Lo mismo puede suceder en uno de sus ya raros instantes de euforia que cuando se siente estresada. Nada permite predecirlo. Es como una pesadilla, dice. Pero uno está despierto.

Hace un par de meses a la joven iba a practicársele una ablación con láser, una cirugía de cerebro mínimamente invasiva con el propósito de eliminar las convulsiones. Pero días antes de llevarse a cabo el procedimiento fue cancelado porque el seguro médico de la familia, Aetna, se negó a cubrirlo. Alguno de sus burócratas, en una sombría oficina, concluyó que se trataba de una cura “experimental”. El alegato de que su efectividad “no ha sido establecida” fue de inmediato rebatido por especialistas en la materia. Uno de ellos, el doctor Jamie Van Gompel, neurocirujano de la Clínica Mayo, certificó que miles de pacientes han sido operados de esa manera y se dispone de suficiente información para sugerir que, por el contrario, sí es un recurso “efectivo” contra la epilepsia.

Paradójicamente, Aetna aprobó hacerle a Cara una lobotomía temporal, intervención quirúrgica que según el propio doctor Van Gompel acarrea mucho más riesgo de serias complicaciones, incluida la posibilidad de muerte. Los neurólogos consideran que la ablación con láser es un método mucho más preciso y menos peligroso que la cirugía tradicional puesto que se realiza a través de un pequeño orificio en el cráneo y no hay que remover una porción mayor del tejido óseo y dejar al descubierto la masa encefálica. Pero nada de eso cuenta en la decisión de los expertos en administración de negocios de los seguros médicos, para quienes la salud y vida de un paciente mayormente se reduce a un cálculo de dólares y centavos. Aunque digan y redigan lo contrario.

El caso de esta adolescente no es inusual. Según Phil Gattone, presidente de la Fundación para la Epilepsia, las negativas de cobertura y otras trabas clínicas por parte de los seguros médicos se han convertido en algo común para miles de estadounidenses con trastornos convulsivos. Y mientras se sigue debatiendo la mejor manera de que todos tengamos acceso a una decorosa asistencia hospitalaria, los que ya tienen seguro (los padres de Cara dicen haber pagado este año $24 mil a Aetna), tampoco la tienen garantizada. De acuerdo con una reciente encuesta, la salud de 53 millones de estadounidenses pueden estar en peligro porque las compañías de seguro rehúsan pagar por el tratamiento de serias dolencias crónicas.

En marzo último, el Proyecto sobre los Derechos Doctor-Paciente, una coalición de médicos, enfermos y defensores de una mejor asistencia de salud cuestionaron los peligros de que funcionarios corporativos interfieran en las decisiones facultativas y dieron a conocer un estudio de resultados patéticos: como promedio las aseguradoras médicas le niegan cobertura a uno de cada cuatro pacientes con padecimientos crónicos. En otras palabras, rehúsan pagar. Sin embargo, se gastan en costos administrativos, el papeleo y otras aberraciones mercantiles reñidas con el humano ejercicio de la medicina un estimado de $471 mil millones anuales. La cantidad de gente que pudiera curarse con ese dinero. ¿Se la imaginan?

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