(Columna publicada: 29 de abril, 2017) – Llevamos semanas y semanas abrumados por conspiraciones rusas y complicidades republicanas, dimes y diretes acerca de las pugnas políticas en Washington, intrigas sobre qué hacen y qué no hacen los hijos del presidente y cómo pintan los primeros cien días de Trump en la Casa Blanca. Ahora, rompiendo un poco con la monotonía de su menú «informativo», la gran prensa decidió dar crédito a los trajines bélicos en Corea, tocó de refilón las cruciales elecciones en Francia, y, ¡albricias!, divulgó con notas de jolgorio y nostálgica fanfarria el retorno de Obama a la vida pública luego de unas dilatadas, opulentas y merecidas vacaciones a las que de inmediato seguirán una serie de apariciones con discursos pagados en el país y en el extranjero, una lucrativa faceta que habla por sí sola de lo locuaces y emprendedores que pueden ser los expresidentes y en la que, valga el mérito, los Clinton hace rato tomaron la delantera.

Excepciones contadas, el mundo puede estar cayéndose a pedazos que es el morbo político en casa el que dicta la pauta. Pura apreciación de mercado: el show primero, lo relevante después. Aunque de vez en cuando alguna publicación seria —de las que quedan— se aparezca con una de esas revelaciones que le hacen a uno recordar el engañoso mundo en que vivimos y la quebradiza línea que separa los embustes de la verdad oficial. Sucedió esta semana con un reportaje investigativo hecho y publicado por Político en el que saca a la luz un lado oculto del acuerdo nuclear suscrito el año pasado con un archienemigo, Irán. Y en función del cual Obama anunció la liberación de siete prisioneros de origen iraní convictos o en espera de juicio por acusaciones no relacionadas «con terrorismo ni delitos violentos».

En su discurso a la nación ese domingo 17 de enero el presidente dijo que los liberados eran «civiles» que habían violado el embargo comercial a Teherán. Aunque en verdad —detalle omitido— algunos estaban encausados por actividades contra la seguridad nacional. Uno de ellos, Bahram Mechanic, era jefe de una red en Houston que tenía por misión suplir a Irán de componentes microelectrónicos utilizados en sistemas militares y en misiles. A cambio de los siete encausados, Irán excarceló a cuatro iraní-estadounidenses, entre ellos un exmarine y un periodista, pero sin dar señales de Robert Levinson, un exagente del FBI y la DEA desaparecido hace una década en Irán y cuyo caso no fue incluido en el canje.

Lo que Obama no mencionó entonces, subraya Político, es que como parte del acuerdo Estados Unidos también anuló cargos judiciales y órdenes de arresto internacional contra catorce agentes iraníes fugitivos, que proveían a Teherán equipos y tecnología para su programa de armas nucleares y misiles balísticos. Dado el silencio podría pensarse que eran delincuentes baladíes. Pero no. Entre los indultados, por ejemplo, Amin Ravan ayudó a Irán a adquirir componentes para artefactos explosivos que ocasionaron la muerte a muchos soldados estadounidenses en Irak. Ni el Departamento de Justicia ni ninguna agencia gubernamental, agrega la publicación, difundió jamás los nombres de esos sujetos.

De acuerdo con Político, en su decisión de consumar el acuerdo nuclear y el intercambio de prisioneros con Teherán, el gobierno no se limitó a restar importancia a la amenaza que entrañaban dichos agentes, sino que desde fines de 2014 demoró investigaciones y el enjuiciamiento a miembros de redes de espionaje iraní que operaban en el país. Cada paso fríamente calculado. ¿Coartada? La de siempre: todo se hizo en función de «significativos intereses» nacionales. Claro. Eso es lo que le dicen a uno. Con premeditación y alevosía. Como si besarse con el enemigo fuese un inocuo ejercicio de pericia política, un acto patriótico de loable audacia.

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