(Columna publicada: 15 de abril, 2017) – La nieta de un primo acaba de dar a luz. Y él me lo cuenta, presuntuoso, como si lo hubiesen condecorado. Habla con el gozo del bisabuelo que debuta. Y eso es bastante para un hombre de la tercera edad. Afuera llueve a cántaros, y cuando sobreviene una pausa se escucha claramente el repiqueteo de las gotas contra la ventana. Entonces me mira fijo y matiza la alegría con un dejo de zozobra. “Ni mi nieta ni el esposo tienen un buen salario”, dice y sonríe un poco, tratando de enmascarar las preocupaciones. La llegada de un bebé a casa es motivo de regocijo, pero puede ser también un episodio de alto riesgo, una aventura llena de sobresaltos, algo que él mismo experimentó.

A ver si les suena edificante esta historia. De cuna pobre, mi pariente no fue nunca un hombre instruido. Albañil de oficio se casó muy joven y tuvo dos hijos. Enviudó temprano. Pero en las buenas y en las malas, fue capaz de proveer a su familia de lo necesario: pan, techo y amor a raudales, hasta que la hembra se graduó de diseñadora y el varón de ingeniero.

“Son otros tiempos”, me dice. Al menos en los países industralizados como el nuestro, los abuelos ya no se sientan en los parques a instruir a los nietos. El trabajo, el ritmo arollador de la sociedad y en consecuencia el estrés apenas dejan tiempo libre a papa y mamá para dar calor al hogar. “El costo de la vida es hoy mucho más alto. Todo es más complicado”, añade mi primo. Porque no es solo quererlos y alimentarlos sino también avituallarlos. Y las exigencias son cada vez más sofisticadas. De modo que cuando el bebé hace su entrada al hogar hay que tener listo un moisés, y poco después una cuna. Súmele cobijas antialérgicas, pañales, ropa, bañera, jabón de nene, toallas, crema, colonia y cepillo de pelo para después del baño. Gorros, baberos, marugas y un maletín adecuado para pasear con toda la indumentaria a bordo.

El presupuesto destinado a la parafernalia de un bebé es sustancioso: coche, una silla para el automóvil, un andador para los primeros pasos, compotas, cereales, leche, gasas esterilizadas, algodón, termómetro, sueros orales contra diarreas, fisiológicos para la nariz, bolsa de agua caliente, extractor nasal y jeringa, gotero calibrador para los medicamentos, vacunas… de todo como en botica. No puede faltar el álbum de fotos, y cuando llega la ocasión, la guardería, el bautizo, y la gran fiesta: el primer cumpleaños. En edad escolar se añaden los materiales docentes, uniformes, los regalos para maestros, amiguitos, los paseos de domingo y salidas anexas. Luego en la adolescencia el Nintendo es reemplazado por la computadora, el teléfono celular, las salidas con los amigos, el novio o la novia, el primer automóvil, la ropa de moda y ¡no faltaba más!, gratificaciones al niño o la niña por el fin de curso.

Todo eso mi primo ya lo sabía. Lo novedoso es el último informe del gobierno que le pone cifras al itinerario filial, y según el cual los gastos mínimos –sin aditivos– de una familia de ingresos medios para la crianza de un niño nacido en 2016 ascenderán a casi un cuarto de millón de dólares. Y eso solo hasta los 17 años. Las cuentas universitarias son adicionales. Redondeando el asunto, se trata de la friolera de más de $1,100 mensuales, casi el doble de lo que costaba criar un hijo hace dos décadas. Así que si usted es nuevo en el Club de Padres Anónimos y Abuelos Asociados, hágase de una buena calculadora. Pero sobre todo prepare la chequera.

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