(Columna publicada: 4 de marzo, 2017) – Los imagino temblorosos como en una pesadilla, atemorizados en sueños de que ocurra lo que otros, más crédulos, dan por sentado que nunca más volverá a suceder. La escena puede ser en Dubrovnik, Sarajevo, Vukovar o Mostar. Han pasado más de veinte años pero en los Balcanes aún recuerdan como si hubiese sido ayer. Las tumbas hablan por los muertos. Las espantosas imágenes de la guerra en la antigua Yugoslavia no se han desvanecido. Tampoco el miedo a que nuevamente puedan desbordarse los odios étnicos que desataron el mayor genocidio en Europa luego del nazismo y provocaron la muerte a más de 130 mil personas.

Dos décadas y media después salta a la vista la insultante participación en la vida pública de excriminales de guerra, especialmente en Serbia. El caso más reciente aconteció en Belgrado, cuando el presidente serbio, Tomislav Nikolic, se entrevistó amigablemente con Momcilo Krajisnik, a quien el Tribunal Internacional de La Haya para la Antigua Yugoslavia condenó a 20 años de prisión en 2006 por crímenes contra la humanidad. Según la nota oficial, ambos dialogaron entre otros asuntos sobre “el estatus y protección de los derechos humanos del pueblo serbio en países de la región”.

¿Fue esa una singular muestra de impunidad? En lo absoluto. El mes pasado, el Partido Progresista Serbio —de gobierno— invitó como orador al exoficial del ejército yugoslavo Veselin Sljivancanin, que cumplió años de cárcel por la masacre en 1991 de cientos de croatas en Vukovar. El ex viceprimer ministro Nikola Sainovic ocupa hoy un alto puesto en el partido Socialista de Serbia luego de purgar más de una década en prisión por crímenes étnicos en Kosovo, y el líder del ultranacionalista Partido Radical, Vojislav Seselj, quien estuvo doce años bajo la mira del Tribunal de la Haya por delitos contra la humanidad, encabeza la mayor fuerza opositora en el parlamento serbio y aspira a ganar la presidencia en las elecciones de abril próximo.

Muchos criminales de guerra excarcelados han sido recibidos de vuelta en casa como patriotas. Y los casos de redención política no se limitan a Serbia. El alcalde de la ciudad bosnia Velika Kladusa, Fikret Abdic, estuvo diez años preso por la ejecución de prisioneros durante la guerra, y en Croacia, el exmilitar Dario Kordic sermonea libremente en las iglesias luego de cumplir una larga condena por la masacre de 116 civiles, entre ellos once niños, en 1993.

Los temores de que pueda estallar un nuevo conflicto en los Balcanes han renacido después de que hace unos días uno de los miembros del gobierno tripartito de Bosnia y Herzegovina anunció que apelarán el fallo de Naciones Unidas que eximió a Serbia de genocidio durante la guerra, una decisión que, ha dicho el canciller serbio, pone en peligro la estabilidad “de toda la región”. En su veredicto de 2007 el tribunal internacional solo validó como genocidio la masacre de casi ocho mil musulmanes en Srebrenica (1995), y adujo no disponer de suficientes pruebas que señalasen directamente a Belgrado.

La matanza de Srebrenica y el brutal sitio de casi cuatro años a Sarajevo son las mayores causas criminales que encara el exgeneral serbobosnio Ratko Mladic, cuya sentencia en La Haya aún está pendiente. Pero Mladic es solo uno de los sicarios insignes de la limpieza étnica en los Balcanes. Los demás, los que compartiendo órdenes o alegando acatarlas pasaron a cuchillo o dieron un tiro en la nuca a sus víctimas, cientos de malvados útiles que con uniforme o sin él nunca fueron llevados ante la justicia, son los verdaderos fantasmas del horror en Bosnia, Serbia y Croacia. Hoy pasan desapercibidos en las muchedumbres. Ellos son el rostro anónimo de la barbarie.

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