El mundo envejece, y lo hace a pasos acelerados. En Japón es mucho más alta la demanda de robots que de cunas. Y la mayoría de los países europeos se declaran urgentemente necesitados de bebés para escapar de una tormenta demográfica que puede llegar a fulminar el crecimiento económico, y echar por la borda la seguridad y el bienestar social logrados en la posguerra. En España, donde la población disminuye desde 2012, hay provincias en las que por cada nacimiento, mueren como promedio más de dos personas. En Portugal, el declive se registra desde 2010 y ha hecho que la agencia estadística Eurostat estime que para el 2050, este país será el de menor proporción de niños en el viejo continente. Nada, que se venderán menos chupetes y marugas, y más pañales para ancianos.

La perspectiva de que más tiendas de juguetes se declaren en quiebra y que prosperen los hogares de ancianos no es propia solo de la península ibérica. Los alemanes padecen una de las tasas de natalidad más bajas del mundo, y las autoridades predicen que la población se reducirá de 81 a 67 millones en menos de medio siglo. Por eso el país abrió las fronteras y el año pasado recibió a más de un millón de inmigrantes, aunque esa medicina sea hoy la causa de nuevas dolencias.

Al igual que sus vecinos, Italia sufre un déficit de bebés, y recientemente el gobierno lanzó una campaña para persuadir a los ciudadanos a que tuviesen más hijos. “La belleza no tiene edad límite, pero la fertilidad, sí”, rezaba uno de los pósteres. Pero el asunto no terminó bien, porque el empeño oficial en multiplicar la población destapó reacciones adversas por analogía a la propaganda fascista de principios de siglo pasado, cuando se urgió a las italianas a parir más para engrandecer la nación.

En Suecia, combaten la escasez de niños mediante incentivos financieros en virtud de los cuales mamá o papá recibe las cuatro quintas partes de su salario durante más de un año (480 días) sin disparar un chícharo, para que se quede en casa cuidando al bebé. Y en Francia, las mujeres disponen de licencias laborales por gestación con derecho a 16 semanas de salario (26 si se trata del tercer hijo), y los padres a 11 días, sin contar beneficios adicionales, entre ellos subsidios gubernamentales.

En cambio, aquí entre nosotros, ni hablar. Estados Unidos es uno de los dos únicos países del mundo donde no se garantiza a las madres licencia pagada por maternidad. Solamente el 13 por ciento tienen acceso a ella. Y eso que según la Oficina del Censo, en términos de habitantes, estamos en una situación tan precaria como la de Europa, y para 2030 más del 20 por ciento de la población será mayor de 65 años. Nuestra tasa de natalidad viene declinando desde hace ocho años sin ocasionar mucha bulla, enmascarada por el alto flujo de inmigrantes.

Lo natural es que las parejas no tengan más hijos movidas por razones demográficas sino por amor filial, los sentimientos, la cuestión biológica, ese tipo de cosas, y el gustazo, claro está. Todo eso funciona pero en Dinamarca le han añadido un extra, una motivación adicional. Basándose en estadísticas que confirman que la mitad de los daneses tienen más sexo cuando están de vacaciones, una agencia de viajes, Spies, se ha propuesto salvar con periplos románticos el futuro del país, y está ofreciendo premios a quienes engendren bebés durante alguna de sus excursiones. Su leitmotiv: “Hágalo por Dinamarca”. Y nadie lo duda, no faltarán patriotas que antes del primer beso canten el himno e icen la bandera.

Publicado en El Nuevo Herald, 1ro. de octubre, 2016.

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