“Todavía recuerdo cómo jugábamos cuando una mujer vino a buscarnos. Yo tenía seis años, y mi hermana tres. La mujer nos dijo que nos iba a llevar a un sitio a ver algo. Fuimos a una casa donde inmediatamente nos ataron y nos vendaron los ojos. Escuchaba alaridos de otras niñas. Pero no sabía por qué. De pronto me arrastraron hasta una cerca y me quitaron la venda. Vi a una anciana con un cuchillo en la mano que chorreaba sangre. Tres mujeres me inmovilizaron piernas y brazos, mientras otra se me subió en el pecho y me tapó la boca. Aún puedo ver sus rostros. Me miraban como si fuese un animal. La cortadura fue muy rápida…”

La que así habla es Aisha, una gambiana a la que hace más de dos décadas le mutilaron el clítoris, una práctica brutal que ha sido ampliamente condenada como una violación de los derechos humanos, pero que según la agencia de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), han sufrido más de 200 millones de niñas y mujeres en 30 países de África y Oriente Medio, principalmente en Somalia, Egipto, Guinea, Djibouti y Sierra Leona. Muchos estados han legislado prohibiéndola. Sin embargo, eso no ha impedido que las ablaciones continúen. En Egipto, un parlamentario, Elhamy Agina, recién declaró que las mujeres deberían aceptar que se les cercene los genitales para “reducir su apetito sexual” y “emparejarse” con los hombres, porque a juzgar por la cantidad de estimulantes eróticos que se consume en el país, dijo, los caballeros —sexualmente más débiles— están en desventaja.

Hay que ver la clase de pitecántropos que aún tenemos en el planeta. Pero el de Agina no es un caso aislado. Las fronteras del mundo son permeables. Así que salvajes como él habitan dondequiera, y también emigran. De modo que ni los europeos ni nosotros estamos a salvo. Ejemplo: desde 1985 la mutilación sexual femenina está proscrita por ley en el Reino Unido, pero en solo un año, hasta marzo pasado, se reportaron 5 mil 702 nuevos casos, en su mayoría mujeres y niñas oriundas de África. Cuarenta y tres de ellas nacieron en Inglaterra y a 18 se les cercenó el clítoris allí, no en el extranjero. Las autoridades británicas estiman que en el país hay 170 mil a las que se les ha aplicado el procedimiento.

Debido al enorme flujo de inmigrantes en el continente europeo, el periódico alemán Die Welt reportó que la mutilación sexual femenina se incrementó en ese país, e informó de más de 35 mil casos recientes, una cantidad que según la organización Terre des Femmes tiende a aumentar. El Centro para el Control y Prevención de Enfermedades calculó este año que el número de estas niñas y mujeres en Estados Unidos se triplicó con creces desde el 2000. Y aunque sea una posibilidad que puede parecer inverosímil para algunos, aquí en la nación más desarrollada del mundo ya marcó para siempre a Mariya Taher, estadounidense de nacimiento, y cuyo clítoris le fue extirpado a los siete años de edad, según reveló a la cadena ABC, durante una visita a familiares en Bombay, India.

Para no dar más vueltas. A todos los que defienden la ablación femenina —sujetos de tan baja hemoglobina viril, machos ocasionales— yo los echaría sin miramiento a los leones. Y digo más. Castigaría también a quienes pecan de tolerantes con tales atrocidades, alegando razones religiosas, circunstancias históricas o atavismos culturales. Vayan y díganles que les vamos a cortar el pene para hacerlos más castos. A ver si se dejan.

Publicado en El Nuevo Herald, 15 de octubre, 2016.

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